Occidente como Destino

Por Gabriel Sarando

Soles occidere et redire possunt:
nobis cum semel occidit brevis lux,
nox est perpetua una dormienda.

Catullus Valeri. Catulli Carmina.



Thomas Couture. Les romains de la décadénce (1847).



Occidente es un topos construído según su oposición paradigmática con el Oriente. En su Historia, Herodoto establece la oposición eterna entre las Tierras del Ocaso y las Tierras del Amanecer.
En realidad, los griegos adoptaron de los fenicios, la distinción entre Europa y Asia. Algunos monumentos asirios exhiben estas dos nociones contrapuestas: Ereb —la Tierra del Crepúsculo, de la Oscuridad, del Sol Poniente— y Asu —la Tierra del Sol Naciente—.

Un mito que narra la conquista de Micenas por los Aqueos refiere que, al producirse la victoria de Zeus y sus campeones los Atridas, el carro de Apolo invierte su marcha. Entonces, el sol se pone en Oriente y la aurora brilla en Occidente. Es un giro del tiempo sobre su eje y anuncia la era de predominio occidental. Ella se afirmará a partir de la conquista del Mediterráneo, cuyo punto culminante es la destrucción de Troya por la flota aquea.
Siete siglos mas tarde, la hegemonía griega queda establecida definitivamente en la batalla de Maratón, una decisión histórica que ratifica la diferencia entre Oriente/Persia y Occidente/Grecia.

Innumerables mitos y leyendas ancestrales evocaban esta marcha de los griegos hacia el Oriente. Allí rapta Zeus a la hija del rey Sidón, la que da su nombre a Europa. Hacia Oriente va Io para poder abrazar al dios de los helenos, libre de los celos de Hera. Helen quiere llegar a Oriente sobre su carnero —el “vellocino de oro”— para encontrar allí la paz, —pero se hunde en el mar antes de alcanzar la orilla—. Los argonautas salen para rescatar al “vellocino de oro” de los bosques de Cólquide; son la primera expedición heroica hacia tierras de Oriente.

Cuatro siglos antes del nacimiento de Alejandro comenzó a circular la leyenda de Gordio, el pastor coronado rey mientras conducía un carro tirado por una yunta de bueyes. Fue una señal del oráculo la que forjó su destino. Sin embargo al cumplir el designio de Zeus y coronar precipitadamente al rústico, sus confundidos súbditos descubrieron que el nudo que uncía a los animales se resistía a ser desatado. Entonces, el oráculo predijo que quien lograra desanudar el yugo sería el amo y señor de Oriente.
Según la leyenda, en su camino hacia el Asia, Alejandro entró en el templo de Zeus y cortó el nudo con un solo golpe de su espada. Esta decisión fue lograda históricamente en la batalla de Gaugamela con la derrota definitiva del Imperio Persa.

La conquista de Alejandro se inscribe en la tradición helénica de una marcha hacia el sol naciente. Con ella, la cultura griega deviene imperio y más tarde civilización. Johann Gustav Droysen quiso expresar esta mutación con un término llamado a hacer historia: Hellenismus.
El Helenismo es la proyección de la estirpe de Helen hacia la hegemonía a través de un sistema de ciudades-estado que difundieron las instituciones griegas entre los pueblos del Medio Oriente y de Egipto. De la polisa la cosmópolis, el poder de integración de las ciudades helenísticas fue remarcable; urbanización y helenización llegaron a significar una misma cosa.
El crecimiento acelerado de Alejandría y Antioquía por la afluencia de migrantes orientales marcó el patrón que habría de difundirse por todo el Mediterráneo. Este proceso se refleja en la adopción de la lengua griega —koiné— como vehículo de la nueva civilización cosmopolita u oikumené.

No obstante, la difusión de las instituciones griegas —tales como los gimnasía—, llegó compulsivamente al Oriente; ellas fueron impuestas por Seleuco en Siria y Asia Menor y, por Ptolomeo en Egipto. La burocracia de las monarquías helénicas, que empleaba el griego en los asuntos oficiales y articulaba la administración, el transporte y la legislación, generó un primer universo linguístico común a todo el Mediterráneo. El sincretismo cristiano fue posible mas tarde gracias al antecedente de la koiné griega.

Pero la cultura griega no estaba dominada por la fe, sino por la creencia en la inteligibilidad del mundo; tal como dijo Nietzsche los griegos no produjeron santos sino sabios.
Este saber o Logos, cuyos principios eran estudiados por innumerables escuelas y sectas, se constituyó, finalmente, en una sistemática para la apropiación del mundo. Con la mecánica alejandrina, la ciencia griega deviene un saber/poder.

La entronización de esta racionalidad griega adoptó diversas formas que se impusieron a las distintas culturas orientales sometidas a una helenización compulsiva. De esta manera, el mapa de las antiguas naciones fue trastornado, provocando la disolución de las identidades, las etnias y reinos; sometiéndolas a una centralización política y cultural que provocó rebeliones y guerras constantes.

La obra de Alejandro será cumplida por Roma. Con la destrucción de Cartago, su única rival entre las ciudades estado mediterráneas, Roma alcanza la supremacía sobre el mundo helenizado. Tal como lo dice Polibio en sus Historiae I,2.: "los romanos no han sometido a su dominio una parte del mundo, sino prácticamente, al mundo entero".
De la misma manera en que los griegos concebieron la Oikumene a su imagen y semejanza, el Imperium proyectó su dominio absoluto en la forma de lo universal romano, la Romanitas.

Mas tarde, al extender la ciudadanía romana a todos los miembros del imperio, esta categoría se constituirá en Humanitas, a la que se opone el otro, el barbarus, del griego antiguo βάρβαρος, "extranjero" y este, a su vez, derivado de la onomatopeya βαρ βαρ, que imitaba un balbuceo o una forma de hablar desconocida.
Siguiendo el modelo griego de la koiné, los romanos crearon una identidad lingüística llamada a reunificar lo humano en torno a lo universal romano. El latín fue durante mas de dos milenios la lengua culta de la humanidad europea.

En Dyodoro —De sententiis 32; 34— y en Apiano —Libyca 132—; se encuentra la leyenda según la cual, Escipión Emiliano y Polibio contemplaron juntos el incendio de Cartago —en el 146 a.C.—. En esos momentos decisivos, el comandante romano tomó del brazo al historiador griego y, emocionado, le repitió las palabras de Homero: “Llegará el día en que perezca la sagrada Ilión” —Ilíada 6; 448—. Con ello significaba, obviamente, que el fin de Cartago repetía el de Troya y anunciaba el destino de Roma.

Roma será conquistada a su vez por Oriente. La primera manifestación de este desgarramiento del imperium es la paulatina escisión entre la Pars Occidentalis y la Pars Orientalis. En esta última progresa la fe extranjera. El Judaísmo, que había resistido la helenización, se difunde rápidamente por las ciudades de habla griega y su prédica escatológica produce efectos entre la población oprimida.
Ya en el siglo I d.C. Tácito afirmaba: “La mayoría de los judíos tienen la convicción de que en los antiguos textos sacerdotales ya estaba escrito que, en estos tiempos, el Oriente acrecentaría su poder y los que viniesen de Judea se adueñarían del mundo”.

Mateo —XXIV:26— expresó más tarde esta idea con una fórmula terrible: "El relámpago resplandece en Oriente y brilla hasta el Occidente, así será la venida del Hijo del Hombre".
Durante el siglo IV d.C. una de las sectas mas extremas del judaísmo, los cristianos, lograrán la hazaña de convertir a Constantino I. Entonces, la condena del Reino de Hierro, la Roma bestial execrada por el Libro de Daniel y el Apocalipsis de Juan, cedieron lugar al mito del Emperador de los Ultimos Días; un rey mesiánico que salvará al mundo anunciando el milenio. De esta manera, la prédica escatológica de los primeros mártires fue mutando en la construcción de una Ecclesia Imperium que, ante la debilidad de la sociedad civil, llegó prácticamente a sustituirla.

La Ecclesía cristiana continuaba el ideal de la comunidad patriarcal judaica —Am— y, más tarde, el de una universal oikumene cristiana. La Katolike, del griego καθολικός: “universal, general”, compuesto por el prefijo κατά: “sobre, hacia abajo” y el adjetivo ὅλος: “entero” es la heredera de este reino de lo universal-occidental. Como principal institución del Imperio representará a la humanidad toda como Humanitas y Universitas. Ciñiendo al mundo antiguo bajo el poder del Dios Unico, según la profecía de la Biblia —Samuel I, 2:8—, esta Ecclesía será capaz de unir los polos de la tierra: “... pues de Yahveh son los polos de la tierra y sobre ellos hace girar al mundo”.

Así, como resultado de la entronización del Cristianismo, la antigua toponimia fue reformulada. Una nueva relación entre los polos es postulada en el motto: Ex oriente lux, ex occidente lex. —De Oriente viene la luz; de Occidente, la ley—. Las instituciones del Derecho Romano se articularon con el mito bíblico y neotestamentario produciendo una noción nueva del imperio universal.
La dualidad de poderes producida por la pernanente disputa entre la Ecclesia y el Imperium, escindirá la soberanía imperial en Autoritas y Potestas. De acuerdo con la teoría del Papa Gelasio acerca de las "Dos espadas"; la autoridad espiritual de la Ecclesia y el poder fáctico del Imperio se apropiaban respectivamente del alma y del cuerpo de los súbditos, desgarrados por el dominio bifronte del Papa y el Emperador.

Pese a la escisión del poder, el mito de un Reino del Hombre —el Millenium— y la espera en el retorno de un salvador escatológico —la Parusía—, otorgaron un sentido histórico al patchwork de ideas judías, griegas y romanas que constituían la religión cristiana.
La combinación de estos mitos produjo un sentido de linealidad y finalidad históricas —y lo que es aún más importante—, una perspectiva de intervención del hombre en la Historia que fue redefinida escatológicamente.
Así, la filosofía de Agustin de Hipona, trazó el camino desde la Ciudad del Hombre hasta la Ciudad de Dios, como una via recta. —Mientras que, en su opinión, la filosofía pagana deambulaba en círculos, sin comprender el sentido escatológico de la Historia.

A partir del siglo V en adelante, el destino hegemónico de Occidente fue resignificado sobre la base de la herencia bíblica. Después del triunfo de los bárbaros germánicos el Romanum Imperium se transformó en Sacro Imperio Romano Germánico y el mesianismo judaico fue reinterpretado en términos de misión histórico escatológica con la translatio imperi, por la que los bárbaros fueron investidos de las propiedades salvíficas que la Biblia había reservado a los judíos primero y a los cristianos después.

En la Biblia, el Dios de la Voluntad Omnipotente designó la noción de un Pueblo Elegido llamado a regir la tierra imponiendo un imperio universal: el Reino del Hombre.
El proceso de secularización que sobrevino mas tarde, estaba implícito en la epifanía histórica del pueblo de Israel que, en búsqueda de la Tierra Prometida había situando en el más acá terrenal la retribución moral de los justos y los premios celestiales, la realización mundana de las ilusiones y deseos humanos.
En la parábola bíblica, el Paraíso Perdido fue compensado por la Tierra Prometida —un reino mundano donde el Pueblo Elegido encontró su libertad rompiendo con su destino de alteridad y esclavismo en el extranjero—. En esa Tierra Prometida se encontraba el hogar y la abundancia. Paradojalmente, ella está situada en uno de los desiertos más terribles del mundo y el mismo desierto es el lugar de su revelación. Lo yermo del desierto indica el lugar vacante de lo que debe ser construído. El desierto supone un desafío a la voluntad; sembrar en el desierto es batirse contra la hostilidad de la tierra, aceptar su desafío y establecer duras leyes de supervivencia. Si el Dios de la Voluntad Omnipotente realiza su teofanía en el Pueblo Elegido —que debe construir un estado en las condiciones mas difíciles—; estas condiciones son las que representan el triunfo de la voluntad, del espíritu sobre la naturaleza.

Ahora bien, este triunfo de la voluntad sobre la tierra es el centro del ascetismo judaico; la tierra es sólo un medio a través del cual Dios impone sus designios; su Voluntad Omnipotente ha creado al mundo y, este no es mas que la forma y la cáscara del espíritu divino invisible e intangible que, sólo nos interpela como Verbo.
Una religión, que tenía al pan ácimo como supremo manjar, dificilmente pudiera aprobar un culto de la naturaleza. Más bien era la naturaleza lo que el judío debía negar en sí, sometiendo su instinto y sometiendo a la naturaleza misma como demonio del instinto. Las palabras del Génesis —infra— son claras, el hombre debe reinar sobre la tierra, someter a las especies naturales que sólo estan allí para proveerlo de sustento.

"Entonces, Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya,
a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó.
Y dándoles su bendición les dijo:
—Sean fecundos, multiplíquense, llenen la tierra y sométanla,
reinen sobre los peces del mar y las aves de los cielos
y sobre todo animal que se arrastre sobre la tierra".


  • Libro del Génesis I. Biblia de Jerusalem.


Gregorio de Nisa, siguió la tradición rabínica para explicar que después de la creación del mundo "como una morada real para el futuro rey" —De hominis 2,1—, Dios creó a la humanidad “como un ser apto para ejercer el gobierno real”, “la viva imagen del Rey del universo” —íd. 4.1.—. Por eso “el alma muestra de inmediato su carácter regio y elevado, lejos como está de la humildad de la condición personal, no pertenece a ningún amo y se gobierna así misma autocráticamente por medio de su propia voluntad” —Ibid. 16. 11—.

En sus comienzos el Cristianismo, dió a estas nociones del Antiguo Testamento un sentido griego, el de un culto de la vida espiritual y una actitud esencialmente contemplativa de la naturaleza. La Escolástica fue incapaz de fundar una ciencia experimental porque permaneció dentro de un concepto griego —es decir, contemplativo—, de la ciencia: el bios teoretikos. Creía que el orden natural era un orden divino y que el hombre no debía modificarlo.

Sin embargo, dentro del pensamiento griego existían lineas de fuerza que tendían hacia el saber poder; en la reprimenda de Platón a Calicles acerca del uso de la Geometría, se insinúa esta advertencia ante lo que supone una traición a los supuestos contemplativos del bios teoretikos. Ahora bien, la mecánica alejandrina, de la cual Arquímedes es un exponente emblemático, crea la noción de un Logos hegemónico: "Denme un punto de apoyo y moveré al mundo", es el enunciado que afirma el triunfo de la voluntad de poder sobre la contemplación y la transformación de la episteme en tecno ciencia.

En el siglo XIII, Roger Bacon proyectó una ciencia experimental que permitría aplicar la teoría para transformar y dominar las fuerzas de la naturaleza. La palabra ‘experimento’ significaba en aquel entonces un acto mágico a través del cual la persona adquiere poder sobre los hombres y el entorno. Su nueva ‘ciencia experimental’, debía servir al dominio mundial del Papa en una época crítica para la Iglesia —porque las hordas mongolas habían irrumpido en el Occidente cristiano.
Bacon estaba convencido de que un estado universal cristiano sólo podía sostenerse mediante un nuevo dominio científico técnico sobre el mundo. Propuso al Papa sustituir la ya tradicional evangelización de los paganos mediante el sermón, por la nueva misión evangelizadora de la ciencia
Pero, la visión de un dominio científico del mundo incluía también nuevos medios de destrucción: la pólvora, cuya fabricación ya conocía y, su invento devastador, unos espejos que superando enormes distancias, habrían de incinerar a cualquier ejército enemigo. También ideó materiales especiales que debían destruir a los adversarios impíos por medio del veneno o de agentes infecciosos. Al mismo tiempo, procuraba en sus proyectos que, estos medios de destrucción —de mirabilis utilitas—, respetaran la vida de los creyentes.
Bacon justificó su scientia experimentalis con la frase del libro primero del Génesis —ut supra—, según la cual Dios creó al hombre a su imagen y semejanza para que sometiera la tierra.

Un siglo más tarde, otro Bacon —esta vez Francis—, creó la utopía definitiva del progreso moderno: la Nova Atlantis que, como el nuevo continente descubierto por Colón —la Tierra Prometida del Atlántico—, representaba los resultados de la aplicación del progreso de la ciencia —the advancement of learning— con el objetivo utilitario de adquirir competencia —proficiency—.
El lema de su proyecto era: Scientia et potentia in idem coincidunt. Según Bacon, la metafísica debía ser dejada atrás, la nueva scientia experimentalis construiría un Reino del Hombre —"a Kingdom of Man"—, el Paraíso Recuperado gracias al definitivo dominio de la tierra por la cristiandad cumpliendo el antiguo mandato bíblico de someter a la naturaleza a los designios del hombre.
La Nueva Atlántida, es la utopía que el Estado Absoluto, simbolizado en el Leviathan, hará realidad. Como lo dice claramente Hobbes, en De corpore 1, 2:: "[a la ciencia]... sólo le interesa la fuerza".

Siguiendo los designios del Leviathan, la talasocarcia moderna transformó al mundo en su Tierra Prometida El afán de conquista, la voluntad de dominio y el pillaje, encontraron así una justificación religiosa. Los disidentes puritanos que escaparon a América marchaban con la ilusión de la Tierra Prometida y también lo hicieron los colonos españoles que zarparon al Nuevo Mundo. Por todas partes se trata de recomenzar la historia, de recuperar lo perdido, pero no en el más allá, en la espera en una trascendencia postergada, sino en el más acá, por medio de una teología histórica. Estas aspiraciones bíblicas encontraron su forma secular en la ideología del progreso, fuente de todas las utopías de Occidente.
La fatalidad del progreso fue el sustento de las empresas del Leviathan, sin la ideología del progreso, secularización definitiva de todas las ilusiones apocalípticas del medioevo, el proyecto imperial inglés jamás habría alcanzado las dimensiones utópicas de un dominio mundial hegemónico.

En 1678, John Dryden describió este Reino del Hombre transfigurado en Leviathan con unos versos satíricos que llevan por título "All for love":

Tis time the World
Should have a Lord, and know whom to obey.
We two have kept its homage in suspense,
And bent the Globe on whose each side we trod,
Till it was dented inwards: Let him walk
Alone upon’t; I’m weary of my part.
My Torch is out; and the World stands before me
Like a black Desert, at th’approach of night.


(Ya es tiempo de que el mundo tenga un Señor y sepa a quién obedecer. Los dos hemos guardado su homenaje en suspenso, doblegando al globo y pisando cada extremo
hasta dejarlo abollado. Déjalo caminar a solas, estoy cansado de mi papel y mi antorcha se apagó, el mundo se extiende ante mí como un desierto negro mientras se acerca la noche).

Fueron las nociones judeocristianas, acerca de un mundo desencantado y abandonado por Dios a la depredación humana, las que desacralizaron a la Naturaleza y permitieron que la voluntad de poder occidental se apoderara de la ciencia contemplativa para trocarla en scientia experimentalis e ideología del progreso. Y fue el Estado Absoluto, sucesor secular de la Ecclesia, quien posibilitó la transformación de esta scientia experimentalis medieval en Machina machinarum, aparato de dominación global.

Este complejo de ficciones que postulan un Reino del Hombre en Occidente y un progreso mesiánico bajo su férula, habría de encontrar, mas tarde, su formulación definitiva en Hegel, quien articuló la polaridad Oriente/Occidente como un progresus hacia el Final de la Historia.
En su parábola, el destino de Occidente es pensado como destinación: Bestimmung.

"La historia universal va de este a oeste, porque Occidente es en sí el final de la Historia del Mundo y Oriente, el comienzo. En el Oriente sale el sol exterior —físico— y en el Occidente se oculta; pero aquí emerge el sol interior de la autoconciencia, que irradia un resplandor más elevado".

La palabra alemana Abendland significa: Tierra del Ocaso; contrariamente a Morgenland —Tierra del Amanecer— y, por lo tanto, en la misma figura etimológica está contenido su concepto como totalidad histórica en movimiento hacia su realización. Para Hegel, la filosofía aparece unida —dialécticamente—, al ocaso del mundo.
En su Prólogo a la Filosofía del Derecho, Hegel ha expresado en una parábola esta misteriosa relación entre el destino de Occidente y la filosofía de la historia:

"... cuando la filosofía pinta con gris sobre gris, ya ha pasado una configuración de la vida. Con gris sobre gris la vida no vuelve a la juventud, sólo al saber. La lechuza de Minerva levanta vuelo con el ocaso".

En vez del tradicional Abend, Hegel elige aquí una expresión preñada de significaciones: Dämmerung, que puede ser leída tanto en el sentido del atardecer, como del amanecer. Así la autoconciencia irradia en el crepúsculo la misma luz, el resplandor del alba, un resplandor más elevado, que no augura el renacimiento, sino el final de la historia.
Hegel ilumina la visión del destino de Occidente con una pálida luz crepuscular; un saber que es, al mismo tiempo, destino/destinación del pueblo portador de la historicidad humana. Muchas culturas han creado imágenes de Dios y del Hombre Dios, sólo Occidente ha construido el Reino del Hombre. Occidente ha dominado la tierra y creado una civilización universal para el dominio global-planetario.
Goethe capto esta unidad en su West-ostlicher Diwan cuando dijo que: “Quien se conozca a sí mismo y conozca a los demás, reconocerá también que Oriente y Occidente son ya inseparables”.

Como lo anunciaban las visiones de un ocaso saeculi que ya se insinuaban al final del Imperio Romano, en el dorso del destino occidental aparece inscripta la figura de la caída en el tiempo. Así, como contrapartida de la ilusión del progreso ilimitado, se produce una noción opuesta y complementaria: "decadencia", del latin cadere: caer. El término hace su irrupción en el mundo de las ideas entre —1716-1755—, en los Cahiers de Montesquieu, donde aparece la siguiente observación :

"En la historia de los Imperios, nada está más cerca de la decadencia que la gran prosperidad: del mismo modo, en nuestra república literaria, uno se preocupa, por miedo a que la prosperidad conduzca a la decadencia".

"Decadence" adquiere con Montesquieu y con Gibbon —"Decline and Fall"— la forma de una fatalidad calcada sobre el ejemplo romano. Tal como los romanos lo habían intuído a partir de Troya y de Grecia: el destino de Occidente es el destino de la decadencia.

La obra de Gibbon, leída por el joven Hegel, Jacob Burckhardt y Nietzsche, por Spengler —y por tantos que reproducirán el mismo tópico—, marca el comienzo del llamado "pesimismo cultural" —Kulturpessimismus—. Un paradigma simétricamente opuesto al del Progreso propone sustituir el optimismo ilustrado por una renovada visión trágica del hombre y de la historia.
Le corresponderá a Wagner transformar esta idea en una estetica. El relato originado en la Rägnarok y reelaborado por Hebbel en el siglo XIX: el mito del fin de los tiempos, ingresa en el mundo de la ópera como: Götterdämmerung —"El Ocaso de los Dioses"—. Es una escatología simétricamente opuesta a la del Apocalipsis, aquí no hay juicio ni salvación, el mundo se precipita a la destrucción total en una guerra de dioses que no alimenta ninguna esperanza.

Por su parte, Nietzsche resignifica la figura en el “descenso hacia el ocaso —Untergegen— de Zaratustra, cuyo declinar es el anuncio de una nueva aurora.
La enseñanza del más antiguo profeta es interpretada —en el capricio nietzscheano—, como una rectificación de su primer avatar Zaratustra I. El filósofo del eterno retorno crea a Zaratustra II, quien vuelve para afirmar una nueva doctrina: el hombre occidental es, al mismo tiempo, “un ocaso y una aurora”. Ocaso de lo “humano”, de la antropología cristiana del dolor y la compasión; del pecado y la salvación; de la espera en Dios. Aurora de lo “transhumano”, más allá de Dios, del Bien y del Mal.
En el mito nietzscheano, Zaratustra retorna para romper el hechizo milenario de su propia doctrina; vuelve a predicar lo opuesto, a restaurar “el retorno de lo mismo” —que anteriormente había negado proponiendo en cambio una consumación de los tiempos. ¿Capricho del filósofo demente o giro del destino sobre su eje? El zoroastrismo, inspirador de la apocalíptica judaica, será reinventado por Nietzsche como enemigo de toda esperanza escatológica.

Después de Nietzsche, Spengler transformará la figura etimológica del ocaso, en una fórmula definitiva: Untergang des Abendlandes —"La Decadencia de Occidente"—. Aquí ya no se concibe a la historia como realización de una essentia in progresus, sino más bien como caída en el tiempo, como destino-destinación signado por la figura del Occidente, la tierra donde el sol de la civilización declina.

"La decadencia de Occidente, considerada así, significa, nada más y nada menos que el problema de la civilización. Nos hallamos frente a una de las cuestiones fundamentales de toda historia. ¿Qué es civilización, concebida como secuencia lógica, como plenitud y término de una cultura?
Porque cada cultura tiene su civilización propia. Por primera, vez se toman aquí estas dos palabras —que hasta ahora designaban una vaga distinción ética—, en un sentido periódico, como expresiones de una sucesión orgánica, estricta y necesaria. La civilización es el inevitable destino de toda cultura ... Civilización es el extremo y más artificial estado al que puede llegar una especie superior de hombres. Es una conclusión que sigue a la acción creadora como lo ya creado, lo ya hecho, a la vida como a la muerte, a la evolución como al anquilosamiento, a la naturaleza y a la infancia espiritual de los Dóricos y Góticos, como a la decrepitud espiritual y a la urbe mundial, petrificada y petrificante. Es un final irrevocable, al que se llega una y otra vez por la ineluctable necesidad".

En Spengler, la historicidad de Occidente no remite ya a lo universal —como en Hegel—, sino por el contrario a lo particular. Su obra supone el descubrimiento del nexo entre historicidad e identidad.
… Una cultura nace en el momento en que una gran alma despierta de la protoespiritualidad, de la humanidad infantil. Una forma surge de lo informe. El nacimiento de la cultura tiene el don de la identidad propia … [entonces] … Hombres de diferentes especies son confinados, cada uno en su propia soledad espiritual y separados por un abismo infranqueable … Las mismas palabras, los mismos ritos, el mismo símbolo y, sin embargo, dos almas diferentes que marchan por su propio camino …

En 1918, Spengler denunciaba la visión miope de la historiaría moderna y postulaba que era necesario reemplazar esta concepción ptolemaica de la historia por otra copernicana; substituir “… la ficción vacía de una sola historia lineal, por el drama que provoca la interacción de varias culturas …”; de varias identidades en conflicto.

Antes de la Gran Guerra, Alexandre Tille planteaba que estas identidades estaban listas para entrar en conflicto siguiendo el modelo de la lucha de razas de las que ya habían hablado Guizot y Gobineau: "Llegará el día en que se vea a la guerra de Francia y Alemania como una tempestad en un vaso de agua comparada con las luchas gigantescas que se avecinan entre las diversas razas humanas; en ellas no habrá declaraciones de guerra, ni uniformes, ni príncipes, ni cañones".

En Años Decisivos Spengler le dará el definitivo sello a esta teoría del choque de civilizaciones avant la lettre, hablando de la futura unión entre la lucha de clases y la lucha de culturas en una Kulturkampf de escala mundial. Basándose en el ejemplo ruso, turco, chino y japonés predecía una entrada en la escena mundial de aquellas naciones orientales que ya habían hecho su revolución industrial a la manera prusiana y compartían la tecnología militar de Occidente.

En el mismo contexto Martín Heidegger, produjo su propia versión de un tópico ya recurrente:

"La confrontación con lo asiático fue para el ser griego una necesidad fecunda; hoy, para nosotros, en un modo completamente distinto y en dimensiones mucho mayores, es lo que va a decidir el destino de Europa y de lo que llamamos mundo occidental.
Occidente, la Tierra del Crepúsculo, ¿será sólo un cabo de Asia? ¿O quizás, también tendrá su propio amanecer? …¿Quien podría haberles dicho a los troyanos que, en el momento en que se derrumbaban los muros de Ilión, Eneas fundaría un nuevo reino".

Si Europa no quiere ser solamente un cabo de Asia, es decir, la subordinada de una poderosa Civilización Rusa, —¿o China?—, ella debe asumir su sentido, ella es, no sólo el Occidente como destinación —West—; sino el Occidente como destino —shicksal—, por eso la llama Die Abend Landes, pues en ella está inscrito el destino/destinación de oponerse a Oriente, construyendo su diferencia en esta oposición tal como los griegos la construyeron en su momento al luchar contra los Persas.
De esta manera, la historicidad misma de la especie humana ha sido pensada teniendo a Occidente como su destino. A Occidente como sujeto y al Otro como objeto. Que este objeto sea el bárbaro, el sarraceno, el negro, el indio o el chino, que ese Otro sea siempre amenazante y a la vez asimilable y explotable es la condición del predominio del hombre occidental.

Sin ninguna duda es Occidente quien ha transformado substancialmente el estar en el mundo de todo el planeta. El final escatológico de la historia, que Occidente proyectó en la era de Roma, en las Cruzadas o durante la Peste Negra y el asedio Turco de Viena, se instaló en el centro del sistema de la movilización total —Die Totalemobilmachung.
La fantasía de una batalla absoluta entre el bien y el mal, un postergado Armagedon, se despliega desde entonces ante nosotros. Desde la IIª Guerra Mundial la ficción del Fin del Mundo se vuelve un destino posible para el Reino del Hombre.

Que esta ficción adopte nuevamente las formas de un choque entre Oriente y Occidente desplegando así en el Islam y en China las figuras míticas de un "Eje del Mal", no debería sorprendernos; el estudio de nuestra propia historia debería habernos acostumbrado a este sueño que ahora nos vence nuevamente precipitándonos en la oscuridad.

Como Wagner dijo alguna vez: "El mito es el comienzo y el fin de la historia". El final que se insinúa ante nosotros, puede ser un ensayo general o la primera parte del Fin de la Historia.

Bajo cualquier circunstancia, la Civilización Occidental tal como la conocemos hoy en día y tal como intentamos desplegarla ante los ojos del lector, no es más que una parte de la historia del múltiple escenario de la vida. Se nos podrá argumentar que ella no es sino una forma entre otras destinada a perecer y a transformarse como otras civilizaciones lo hicieron. La diferencia es que esta civilización particular del Occidente es la primera que, al proyectarse sobre la suma del ente a través de la tecnología, ha logrado poner en juego a la totalidad de la vida y no sólo a la forma particular de vida que ella representa.

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