Nietzsche y Heidegger: Metafísica y Nihilismo


Por Daniel Barbagelatta



Lo que este texto se propone exponer es, en su más sintética expresión, lo siguiente:

Para Nietzsche, la Metafísica es nihilista

Para Heidegger, el Nihilismo es metafísico

En esta formulación, el primer termino es un sustantivo y el segundo un adjetivo que lo describe. Sin embargo, el pensamiento también puede cobrar esta forma:

Para Nietzsche, la Metafísica es Nihilismo

Para Heidegger, el Nihilismo es Metafísica

En esta nueva pareja de enunciados, ambos términos son sustantivos, no hay adjetivos que los describan. Simplemente se plantea una identidad, que parece ser la misma expresada de dos modos ya que, justamente en ese tipo de relación, la inversión de los términos es irrelevante: A=B es igual a B=A

Sin embargo este rasgo esencial del principio de identidad, que reina en el ámbito de las ciencias exactas, no es válido para lo que buscamos aquí; no hablamos de aritmética ni de asociaciones.

Sencillamente dicho, la Metafísica es para Nietzsche Nihilismo de un modo completamente distinto del que para Heidegger el Nihilismo es  Metafísica. No es una identidad sino que se trata de dos. Cada una de estas aseveraciones surge de un recorrido de pensamiento que si bien tiene largos tramos en común, sus extremos, puntos de partida y llegada son diferentes para cada uno de estos filósofos. No debemos olvidar que Heidegger tuvo la suerte de leer a Nietzsche pero éste no pudo leer a aquel; hecho que si bien parece anecdótico no lo es tanto si se piensa que Heidegger pretendió superar el pensamiento de su predecesor, o mejor dicho, superar lo que aquel se propuso pero no logró completamente: la Metafísica.

“El enemigo de mi amigo es mi enemigo” se puede parafrasear; y Heidegger, sintiéndose cercano a Nietzsche, y tomando como propio parte del programa que él planteo, asume también el enemigo de aquel: Platón. Sobre todo a partir de la década de 1930, Platón será para Heidegger el comienzo de de una historia que culmina precisamente con Nietzsche, la historia de la Metafísica, o lo que es lo mismo, la Metafísica a secas; o lo que es igual: Occidente

A partir de ese momento, el ex rector de Friburgo pretenderá nada menos que superar esa historia, iniciar una transición hacia un “otro comienzo” que prescinda de la matriz de pensamiento que comenzó (según él) con Platón; para ello es necesario (re)cursar la historia de ese primer comienzo, apropiárselo.

Pero aún quedan por explicar los dos pares de sentencias expuestas al comienzo, lo que en su formulación meramente sustantiva son dos identidades.  Para iniciar ese proceso de explicación tomaremos en primera instancia las formulaciones “adjetivas”.



Para Nietzsche, la Metafísica es nihilista

Nietzsche considera que una civilización que se halla en su momento crepuscular tiene, entre otros rasgos, una fuerte debilidad por la erudición,  la memoria y el pensamiento,  y que a consecuencia de esta valoración se relegaba o incluso se elidía por completo lo que él llamaba “la vida”: el nivel pulsional, biótico, ciego, Dionisiaco. Este campo estaba “reprimido” por la fría razón, por la modernidad niveladora.

El Superhombre que reinará en el nuevo amanecer del mundo tiene rasgos de índole titánica: no es el erudito académico ni el burgués que lee periódicos mientras desayuna, sino que debe ser un Héroe desmedido, desaforado, pulsional, que desafía lo existente y crea lo nuevo, el abanderado de la “vida”.

Un hombre o una civilización que olvida, relega o reprime “la vida” en virtud de cuestiones “inexistentes” desde el punto de vista de la vida, tales como la memoria, las ideas o los valores heredados, es un hombre o civilización nihilista.   

Esa historia en la que la primacía estaba asignada a la seca razón en detrimento de la vida comienza, para Nietzsche, con Sócrates y Platón. El primero es el que, “corrompiendo” a su amigo Eurípides, contribuye a erosionar lo esencial de la tragedia griega, lo que esta tenia de “vital”: lo anárquico, ciego y pulsional del instinto, en resumidas cuentas, lo Dionisiaco.

Platón va más lejos en el atentado contra la vida: divide el ser en dos, un mundo sensible, corporal, y un mundo suprasensible, eidético. Pero lo terrible no es esta división en sí, sino el hecho de asignar la Verdad a ese mundo que no se ve ni se toca, a ese mundo que “no vive”. La esfera sensible con la que interactuamos todo el tiempo, es mera sombra, son entes que solo participan levemente en lo esencial, que son las ideas.

Ese es el pensamiento metafísico, el pensamiento escindido que posterga la vida en función de una Idea. Ese es, para Nietzsche, el nihilismo.



Para Heidegger, el Nihilismo es metafísico

Parte del recorrido es el mismo, pero Heidegger pretende seguir donde dice que su predecesor se detiene. Concuerda con Nietzsche en que el comienzo de la Metafísica se sitúa en la visión platónica de los dos mundos. Pero a partir de allí emprende una profundísima caracterización de aquella, en buena medida con una intención citita y con el objetivo de su “superación” hacia un nuevo comienzo y un nuevo pensar. Podría incluso decirse que todo el camino de pensamiento de Heidegger, con sus derivaciones, giros, remansos y cambios de énfasis, esta signado e hilvanado por la pregunta por el Ser, es decir, por la pregunta por la Metafísica.

Su rasgo esencial, en el análisis que emprende Heidegger, (y expuesto en el presente texto de una manera simplificada, básica y casi empobrecedora) consiste en concebir un “mas allá” del ente, un “exceso” no sensorial, del mundo sensorial de los entes; como vemos, la idea de trascendencia es sinónimo de Metafísica. Pero este mas allá no es simplemente un Otro del ente, sino que cumple una función esencial (literalmente): la de ser su fundamento, su causa, su razón de existir. Durante dos mil quinientos años Occidente, en todas sus manifestaciones espirituales, sean estas doctrinas filosóficas, concepciones del mundo, visiones artísticas, dogmas religiosos, programas políticos, se movió en esta “grilla de inteligibilidad” del mundo y del Ser, en esta matriz de pensamiento y de validez. Una de las tareas postuladas y parcialmente emprendidas por Heidegger es justamente recorrer y reapropiarse de esta historia de Occidente, revisar las filosofías, las religiones y las artes prestando oídos especialmente a lo no dicho en el decir de los que las piensan.

En “Hacia la Pregunta del Ser”, Heidegger le escribe a su amigo Erst Jünger:

                “…la esencia del nihilismo no es nada nihilista, y (…) no se le sustrae nada a la vieja dignidad de la Metafísica si su propia esencia esconde en sí misma el nihilismo”

La esencia del nihilismo no es nihilista; la esencia de la metafísica no es metafísica. Como explicita en “Identidad y Diferencia”, para hacer la experiencia de la esencia de algo, es necesario dar “un paso atrás”, hacia su origen y fundamentación. El nihilismo es un fenómeno de la Modernidad tardía, pero su origen, y por tanto su esencia, se remonta al inicio (y aun antes) de la historia de la que es culminación: la historia de la metafísica.

En el inicio de la historia de la metafísica está ya en germen el nihilismo. El mas allá del ente, cuya función es en última instancia la fundamentación de este, y por lo tanto a pesar de la apariencia de primacía ontológica esta subsumido al ente, no puede ser concebido de otro modo que como una Nada, una nada privativa del ente, un no-ente. En la década del 3 Heidegger comienza a criticar la noción de esencia pensada a partir del koinon, de aquello universal que está en todos los entes, en lo general y vacio. Justamente así es como la metafísica concibe al ser, entendido como ser del ente. Esa universalidad es un vacío.

La constitución de un transmundo metafísico es la contracara (y por lo tanto, parte del mismo proceso) de la primacía irrestricta del ente, de su centralidad en la reflexión. Con el correr de la historia occidental, esta primacía se evidencia cada vez más, entrando en cuestión el carácter y la propia existencia de ese más allá del ente. Cuando este cuestionamiento llega al punto de contemplar la posibilidad de que esa esfera suprasensible no exista, se cae en la perplejidad del anonadamiento: ya no hay fundamento del ente, ni del hombre.

Precisamente es la metafísica quien da esa matriz de pensamiento ontológica bipartita y en la que lo no sensible cumplía la función de fundamentación de lo sensible. Solo en virtud de la metafísica el mundo necesita “fundamentación”; una fundamentación que, además, no está en lo fundamentado sino, nuevamente, en su más allá.

Llegado un punto de la historia, ese trascendente  quizá se autonomiza, quizá olvida su razón de ser, es decir, la de proveer fundamento al ente. El caso es que, en ese punto de la historia, el más allá como universalidad fundante se diluye; occidente empieza a desconfiar de su propia creación, de aquello que puso en la base de sí mismo. La secularización, la desconfianza en las doctrinas religiosas es solo una manifestación de ello.

Pero ya no es lo mismo que al principio. Quitar el sustento que se tuvo durante 25 siglos no se opera sin consecuencias. A través de todo ese periodo se ha hecho carne esa matriz bipartita de pensamiento, y sobre todo, esa necesidad de fundamentación. Olvidando el más allá del ente se genera la perplejidad y el aniquilamiento de todo: el Nihilismo

Solo por la necesidad de fundamento, y solo por concebir a este como un trascendente se puede llegar al Nihilismo. Pues bien, eso es lo que ha logrado la historia Metafísica.

El caso del creyente que al empezar a dudar de su fe el mundo y a si mismo sacudidos, desarraigados, desfundamentados, es solo el caso más visible del proceso metafísico que culmina, irremediablemente según Heidegger, en Nihilismo. El cristianismo es la doctrina más popular y evidente de esa religión metafísica cuyo inicio Heidegger sitúan en Platón. Dios es el creador, pero también la causa ultima y fundamento. Sin Dios el mundo es otra cosa. Por eso dice Heidegger en los Aportes a la Filosofía que el cristianismo es quien más ha contribuido a la huida de los dioses.

Dos mil quinientos años de metafísica nos han vedado de posibilidad de concebir al dios y al ser de otro modo que como fundamentación trascendente. Qué otra forma de fundamentación, y aun si es necesaria una fundamentación tal como la pensamos, es algo que Heidegger esboza de un modo indeterminado, y cuya “validez” es tema de otro estudio.

Lo que sí ha sido ampliamente trabajado es el tópico del viraje: esta caracterización y crítica de la metafísica, así como el postulado de su superación, comienzan con la segunda etapa (si puede dividirse en dos el camino de pesar del autor) de la obra, a partir de la década de 1930. Hasta ese momento, y de modo sobresaliente en Ser y Tiempo (de 1927) podría pensarse que el propio Heidegger, quizá por el influjo de la fenomenología, abrevaba en la corriente que concebía al Ser como ser del ente, más allá de que su carácter de fundamentación sea más bien relativo en esa obra (recordar la tematización del carácter de “arrojado” del Dasein). Quizá en ese punto el Heidegger II critica al Heidegger I

Es por todo esto por lo que me atreví a aseverar, en un apotegma que juega con dos palabras de mucho peso, que

Para Heidegger, el Nihilismo es metafísico



Tenemos ahora las dos frases “adjetivas” correspondientemente fundamentadas y desarrolladas. El paso siguiente es sencillo

Dado que en ambos casos el adjetivo define la esencia del sustantivo, es decir, en el caso de Nietzsche “lo nihilista” determina la esencia de la Metafísica y que para Heidegger “lo metafísico” define la esencia del nihilismo, y dado que algo “es” su esencia (en este punto hay un continuidad entre la primera y segunda etapa del pensamiento de Heidegger, aunque sin duda lo que entiende por esencia es diferente en cada periodo), podemos pasar a la asimilación sustantiva de ambos polos, lo que se expresa en las mencionadas identidades (que, como dijimos, no son equivalentes ni reversibles al modo de la lógica matemática)

Para Nietzsche, la Metafísica es Nihilismo

Para Heidegger, el Nihilismo es Metafísica


El objetivo de esta reflexión ha sido no solo poner en relación dos grandes temas de la filosofía actual sino también hacer dialogar el pensamiento de los últimos dos grandes filósofos alemanes, aunque mas no sea en una cuestión puntual (aunque no por ello de menos relevancia).

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